El desarrollo del sector editorial marca a una sociedad, no solo por su impacto educativo, sino también por los circuitos creativos, comerciales y sociales generados a partir de él.
Por Ioanna Gallo. 22 abril, 2016.Desde la aparición de la escritura, los textos educativos y la literatura han sido siempre parte importante en la vida de una comunidad. En mayor o menor medida, el desarrollo del sector editorial ha marcado a una sociedad, no solo por su impacto educativo, sino también por los circuitos creativos, comerciales y sociales que se generan a partir de él.
En el Perú, el 35% de la población adulta lee, al menos, un libro al año por persona, (Cerlac, 2013). Pero, ¿qué se lee con mayor facilidad o con más frecuencia? ¿Qué diferencia hay entre leer un libro u otro tipo de textos? ¿Por qué sentimos la necesidad de leer? Para resolver estas interrogantes, pensemos en la dinámica social que se genera en una comunidad que posee el hábito de la lectura: escritores, lectores, vendedores de libros; leyes que regulan el mercado, librerías o bibliotecas y personas creativas que no dejan de aprender y proponer soluciones.
Obligación y disfrute
Para Manuel Prendes, docente de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Piura, en la lectura existe un gozo del saber que no siempre viene unido a su utilidad o aplicabilidad. Indica que en el leer se diferencian dos aspectos: el utilitario y el mero placer de leer. El primero se relaciona con la obligación moral, de cualquier profesional, de estudiar continuamente, de saber más sobre el propio campo profesional y de profundizar en conocimientos que ya cree saber.
Otro grupo de gente busca la lectura en su tiempo libre y destina importantes minutos de su día a disfrutar de un buen libro. Muchas veces, su primordial fuente de diversión es la literatura, albergada en textos peculiares, por cómo están escritos, no por la información que presentan. Los libros técnicos o especializados también aparecen en este rubro.
Claudia Mezones, docente de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UDEP, considera que la lectura es una costumbre social, se adquiere y se trasmite; por ende, es muy importante fomentarla durante los primeros años de vida. “Leer libros te lleva a imaginarte algo, a acercarte más a determinados personajes que viven una realidad singular; eso me hace pensar”.
Por otro lado, al parecer, la gente se acostumbra a leer periódicos porque está habituada al día a día. Por ejemplo, en Lima, el 79% lee algún diario entre el lunes y viernes; generalmente en el hogar (Ipsos. Hábitos, usos y actitudes hacia la prensa escrita). En este contexto, no hay tiempo para iniciar una lectura de varias páginas que podría parecer interminable. Sin embargo, el libro es un medio para conocer el mundo a través de la experiencia de otros personajes, ayuda al fortalecimiento de la imaginación y la creatividad para solucionar situaciones difíciles.
Para fomentar el hábito de la lectura es conveniente que existan libros y espacios que motiven a leer, como las bibliotecas. Es primordial que exista una política del Estado, un deseo nacional de mejorar –con la ayuda de especialistas– el sistema de bibliotecas y cambiar la imagen que se tiene de la lectura ‘como un castigo’. El ser humano por naturaleza habla; pero, el escribir y leer son hábitos aprendidos. Aprendemos a leer por necesidad (un letrero) pero también para conocer o por diversión. Por ello, es importante centrar esfuerzos y crear esa cultura o hábito social que también acerque a las personas a los libros.
El hábito de leer y su dinámica social
Si el hombre necesita escribir y otros necesitan leer, entonces se desarrolla una dinámica. Prendes señala que el hombre tiene la necesidad de escribir un libro por dos razones: Primero, el deseo de organizar el propio conocimiento. A fuerza de leer y de pensar, acaba alumbrando teorías propias, a las que desea dar forma nítida, para que no se queden como mera idea nebulosa. Si resisten la prueba de materializarse, por medio de la palabra, surge el libro (o el artículo, el ensayo, el cuento o el poema), donde se muestra un conocimiento que, más o menos original o certero, nadie podría haber formulado de la misma manera. Cuando a Juan Rulfo le preguntaron por qué había escrito su novela Pedro Páramo, respondió que quería leerla y no la encontraba en ninguna librería.
La otra razón para escribir es para comunicar lo que se sabe. Según Prendes, “el conocimiento es social por naturaleza, no vale nada si se queda en nuestra cabeza o en nuestro cajón. La escritura es muy parecida a la docencia o a la paternidad: llega un momento en que tienes que dar de lo que sabes, o lo que eres”, agrega.
Para el doctor Prendes, el libro es uno de los grandes inventos de la civilización. Mientras la escritura garantizaba la perduración del conocimiento, el libro permitió su organización en unidades clasificables y su manejo personal. “La Humanidad hubiera progresado mucho menos si la escritura se hubiera limitado a los muros de los templos o a inscripciones sobre mármol. Los distintos cambios en el formato del libro y en sus métodos de producción (de la arcilla al papel, del rollo al volumen, del manuscrito al impreso) han ido mejorando esos dos aspectos, hasta llegar a las actuales ediciones electrónicas. Estas, pese a todas sus ventajas, aportan como novedoso talón de Aquiles la falta de contacto físico directo entre el lector y el texto: si la batería no está cargada, no hay texto”.
El mercado del libro y el sector editorial
En lo que hemos denominado la dinámica social del libro, además del deseo de escribir y la aparición del libro como fuente de conocimiento, está el grupo de personas interesadas en leerlos y quienes los harán llegar a un público. Se organiza así la distribución y venta de estos bienes, generando un mercado y su respectivo impacto socioeconómico.
El economista Guillermo Dulanto, docente del Programa Académico de Economía de la Universidad de Piura, explica que hablar del sector editorial es referirse a las diferentes formas de intermediación entre los autores y los lectores: gestión, promoción y tipo de soporte de los contenidos.
Viana Rodríguez y Óscar Montezuma, profesores de la Facultad de Derecho, consideran que hay una estrecha relación entre el sector editorial y las industrias culturales. Para Rodríguez, la industria editorial, como industria cultural, vincula las diferentes realidades de una sociedad; “es la forma cómo podemos acceder a otras culturas, a otros saberes”, dice. Montezuma, a su vez, refiere que al hablar del libro aludimos también al concepto de industrias culturales. “Convertir al Perú en un generador de una industria sólida del libro en todas sus modalidades es un gran reto que involucra a todos los sectores: Estado, sociedad civil e industria”, expresa.
Prendes señala que el libro es un bien económico que tiene demanda y oferta y, por tanto, también un precio. Este, como en todo mercado libre, depende de los costos, la tecnología y el entorno empresarial, en el caso de los productores; y, de los ingresos y valoración subjetiva de los demandantes.
Leyes en torno al libro
Dulanto, experto en gobierno y cultura de las organizaciones, explica que el libro puede ser catalogado como bien cultural o como parte de la industria del servicio. Por esa razón, en ciertos países, como el Perú, existen leyes que incentivan su producción y consumo, al entenderse que la cultura es un bien superior para el ser humano.
Así, en el 2003, el Perú promulgó la Ley de la Democratización del Libro y Fomento de la Lectura (N°28086), la primera regulación sobre el libro que, entre otros aspectos, norma el funcionamiento de este mercado, desde su producción hasta su distribución.
Luego de 13 años de su puesta en marcha, y en medio de controversias por la prórroga concedida, no es extraño que se escuchen cuestionamientos sobre los beneficios tributarios para el desarrollo del sector.
Al respecto, Óscar Montezuma considera que se debe procurar la independencia de un incentivo tributario para que la industria editorial se expanda, “de lo contrario estaremos viviendo de una ilusión que no será sostenible en el tiempo”. El economista Dulanto explica que lo que se debe incentivar con esta ley es la demanda de los lectores, incidiendo en la valoración subjetiva de la necesidad de aprovechar los contenidos de los libros. Por su parte, Viana Rodríguez indica que aunque se ha incentivado el sector, aún queda mucho por hacer.
El siguiente paso sería formular una nueva ley que considere el acceso al libro y la lectura como un derecho de todos los ciudadanos, y que obligue al Estado a actuar respecto al fomento de la lectura que involucre el desarrollo positivo de las bibliotecas públicas.
¿Modificar la Ley del libro?
Óscar Montezuma señala que, además de los beneficios tributarios, es importante desarrollar políticas públicas sostenibles aprovechando todas las fortalezas de las tecnologías de la información y comunicaciones. Indica que para ello se requerirá de la comunicación estrecha del Ministerio de Transportes y Comunicaciones, Ministerio de Educación y Ministerio de Cultura. Y que el desarrollo debe ser transversal. Sin embargo, Viana Rodríguez explica que urge la modificación de algunos aspectos: “en primer lugar, introducir muchos más beneficios para toda la cadena de la industria editorial y reglamentarlos de modo que no sean un obstáculo para acceder a ellos. La capacitación constante de autores, editores, impresores, etc., también se debe considerar”, anota.
Sobre la evaluación de la efectividad de esta Ley, Óscar Montezuma apela a las mediciones certeras. Expresa que sería importante condicionar “la renovación o mejora de esta norma al cumplimiento de metas específicas, que deberían ser supervisadas y evaluadas, en un plazo prudente de dos o tres años”. Viana Rodríguez considera que es necesario que la ley se mantenga acorde con la realidad para ser efectiva. “Debe buscar el beneficio de la sociedad; la evaluación debe ser constante e incluir los aportes y opiniones de los actores de la industria editorial”.